sábado, 31 de octubre de 2015

La corrupción




La corrupción es el vicio por el que, los que desempeñan posiciones de responsabilidad, defraudan la confianza de quienes los han designado procurando su beneficio individual, enfrentado al de la colectividad a la que sirven.

Se da tanto en la actividad privada (departamentos de relación con clientes y/o proveedores) como en la pública. En este último caso, los perjudicados son el conjunto de los ciudadanos. De hecho la Real Academia Española de la Lengua, acentúa el significado al definir corrupción como:
"En las organizaciones, especialmente en las públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores."

La corrupción es un delito tipificado en nuestro Código Penal, en tanto que su fin consiste en lucrarse por métodos ilícitos.

Pero el daño causado no afecta solamente al fraude cometido, al enriquecimiento conseguido de forma clandestina o incluso al chantaje realizado al exigir el favor. Cuando la corrupción campa a sus anchas, generalizada en un país como el nuestro, no solo afecta al presente pues llega a comprometer el futuro del tejido productivo empresarial.

Si la forma de conseguir un contrato o una adjudicación se basa en el porcentaje de comisión que se paga al que tiene el poder de llevarlo a cabo, hay tres posibilidades: se incrementa el precio final del producto o servicio, o se reduce el margen de beneficio, o se reduce la calidad de los materiales en cuestión. Incrementar el precio es un robo, pagar del bolsillo del beneficio es un fraude por la minoración de los beneficios y un riesgo de que a corto plazo se acaben volatilizando los márgenes, y reducir la calidad de la ejecución es una estafa.

Pero aún hay algo peor. En cuanto que los competidores del adjudicatario conocen, o intuyen, lo acontecido tienen pocas posibilidades para actuar en el futuro. Extinguirse, quebrar, desaparecer, o buscar nuevos mercados, con lo que puede suponer de riesgo e inversión, o concurrir a la "subasta" de la comisión en el siguiente proyecto con el consiguiente incremento de costes que, para mantener un mínimo margen, implican liberarse de otros costes, fundamentalmente calidad. De esa forma la empresa puede subsistir pero deja de necesitar a los mejores ingenieros, a los mejores técnicos, a los mejores diseñadores, a los mejores financieros pues su "valor añadido" no aporta "valor" en la nueva situación y mantenerlos implica un exceso de gasto y un recorte de márgenes. Con lo que el producto o servicio es cada vez de menor calidad y, en consecuencia, de menos competitividad.

Y en un mundo globalizado como el actual su destino es desaparecer. Ya sea porque un cambio de gestores invalide el proceso "adjudicatario" anterior o porque aparezca un nuevo competidor externo, muy preparado, al que sea difícil decir no.

En resumen, la espiral de la corrupción lleva a la desaparición del tejido empresarial productivo, reconvirtiendo a los empresarios en traficantes de favores e influencias con los días contados, dejando al país esquilmado y entregado a inversores extranjeros.

¡¡¡Viva España!!!