Con la marcha de Rivera, seguido de Girauta, Villegas y de Páramo, Ciudadanos ha quedado descabezado. Quedan al frente Aguado, Villacís, Roldán o Arrimadas, principalmente.
El descalabro sufrido en estas elecciones tiene su base en los vaivenes dados por Rivera. Si alzó a su partido hasta los 57 diputados después de aproximarse a Pedro Sánchez, manteniendo un difícil equilibrio entre el PP y el PSOE pero abanderando un centro-derecha civilizado y honrado, acabó hundiéndolo al creerse capaz de aglutinar a la derecha, creando una alianza entre su organización y la del PP. Seguramente pudieron hacerle mella las alabanzas que recibió de un supuesto mentor suyo, el sr. Aznar, quien a la vez se postulaba como líder del conjunto.
Tras
las elecciones de abril pretendió ser considerado el líder de la oposición,
para tener mayor protagonismo y poder llegar a asumir el rol soñado, pero llegó
la dura realidad de noviembre, perdiendo más del 80% de los escaños, y decidió
cargar con sus culpas, muy honestamente.
Por
estatutos del partido, han de pasar varios meses hasta que se elija la sucesión
en la dirección. ¿No es momento de abstenerse en la sesión de investidura del
sr. Sánchez?, y actuar, como en su día se decía en Francia, evitando intervencionismos
y justificando el “laissez faire, laissez passer”, o como dijo otro francés,
pero esta vez en España: “Ni quito ni pongo Rey”.
Tiempo
tendrá la nueva dirección de Ciudadanos para marcar sus estrategias y decidir
su rol. Pretender continuar con la inercia que les llevó a ese fracaso
electoral no parece lo más inteligente. Absolutamente nadie podría reprocharles
hacerse a un lado y no “jugar esa mano”, sería lo más lógico y despertaría
expectativas sobre su papel futuro en el escenario político. Perseverar en su
apuesta es seguir dándose cabezazos contra la misma pared y esa estrategia ya dio sus frutos.