Al asistir a la presentación de un libro de poemas en valenciano, escrito por un buen amigo, me surgió la duda sobre mi capacidad de entendimiento de un texto en valenciano por lo que opté por buscar un ejemplar que tenía guardado por algún sitio, y así practicar y convencerme sobre la posibilidad de entender adecuadamente los poemas de mi amigo.
Entendí más de lo que pensaba, pero menos de lo que me habría gustado. De entrada te sobrecoge intuir que difícilmente el protagonista, un adolescente, escapará a su fatídico destino. Sorprende las razones que le han llevado a esa situación, pues son acontecimientos ocurridos al final de su andadura y la única relación que tienen con su pasado es el carácter que le han conformado. Aunque el desenlace es el temido y avanzado desde el principio lo aceptas gracias a la serenidad que demuestra el muchacho, más propia de un filósofo que de un niño callejero.
Me llaman la atención el contenido de estos dos párrafos, aunque lamentablemente no por novedosos:
Pg. 74: Las vidas estaban siempre en manos de los poderosos, que se
servían de toda forma de tortura y persecución contra quien osaba disentir de
la verdad establecida por decreto, de la uniformidad mantenida bajo las
amenazas del fuego: el fuego temporal de la hoguera – que no se apagaban nunca
-, o el fuego perdurable del infierno.
He visto morir a muchos condenados a la hoguera: los
quemaban vivos, los quemaban después de retorcerles el cuello, o sus despojos.
Pg. 94: La necesidad nos llevaba a robar e hicimos del pillaje una
profesión. De la misma manera que el carpintero iba cada día a la carpintería,
el farmacéutico a la farmacia y el banquero al banco, nosotros íbamos a los
lugares donde sabíamos que se podía robar una cartera o dar un tirón al monedero
de una señora despistada. No teníamos el sentido de la propiedad y pensábamos
que todo podía ser de todos: como lo es el agua, el aire, la luz del día.