Florentino
Pérez no se esperaba la reacción inmediata de presidentes, como Boris Johnson y
Macron, ante el anuncio de la creación de una nueva competición futbolística
gestionada por los clubes.
Está
claro que, como herencia, Florentino quería dejar unas cuentas saneadas para su
club, aunque ello supusiese tener que pactar con sus eternos rivales (BarÇa y Atleti) y
pasar por encima del resto de clubes pues, siendo más humildes, no estaban a
“su” altura.
La
reacción no se dejó esperar basándose en el argumento deportivo. No se puede
dejar que se hunda la economía de los equipos con presupuestos “no galácticos”
y hay que mantener el espectáculo, la esperanza y las ilusiones que tantas
alegrías se llevaron aficionados como
los del Gramanet o el Alcoyano que, como David, fueron capaces de vencer a los
Goliat. Esa esperanza de los aficionados me recuerda también a la promesa de
que “es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello
pase por el ojo de una aguja” pues, salvo honrosas excepciones, sirve como
lavado de cabeza para que los pobres creamos que la eternidad es nuestra y no
hace falta rebelarse contra el poder establecido porque, en la otra vida,
llevan las de perder.
La
realidad es que, gane quien gane cualquier competición, los que siempre salen
beneficiados son los organizadores de la contienda, sea Federación Nacional,
UEFA o FIFA. Es más, que el pez chico elimine al pez gordo anima el
espectáculo. Si todo son peces gordos, lo siguiente es ponerse de acuerdo en la
alternancia, como en política democrática. Las consecuencias ya las conocemos
los ciudadanos, el “hoy por ti, mañana por mí”, extrapolable a tantas y tantas
situaciones.
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