Se dice que una de las características de la democracia es
la alternancia. Probablemente es cierto que perpetuarse no es conveniente pero hay ciertas alternancias que mejor no se produzcan. Hitler llegó al poder
democráticamente y ya saben la que lió.
Hay formas de hacer campaña que, más allá de basarse en
programas, defender prioridades, o criticar las decisiones tomadas por
gobiernos opositores van mucho más allá.
Cuando debato, o discuto, de política con alguien que defiende
una opción, frente a otra con denodado convencimiento, siempre me gusta hacer
una pregunta que suele crear confusión. ¿Me puedes decir tres cosas que haya
hecho mal tu favorito y otras tres que haya hecho bien el que atacas?. Porque
si no sabe, o no cae, o se sorprende y no es capaz, o niega que haya algo bien
o mal hecho por unos y por otros, es evidente que no es ecuánime y su
pensamiento es más emocional que racional.
Pues nada como desear que un partido tan “educado,
caballeroso, correcto, elegante, democrático, conciliador, pacífico, enemigo de
fomentar la violencia”, con un representante que dice estas cosas no llegue nunca a tener más poder que el que tienen actualmente en
plan decorativo los García-Gallardo o Barrera, en Castilla-León o Valencia.
Suficiente como vacuna para no caer en veleidades que, inexplicablemente,
afecta a tres millones de españoles.
Parece una lamentable moda que, personajes como Trump,
Bolsonaro o ahora también Milei,
lleguen a copar puestos de gestión en los que se tomen decisiones que afecten a
países y millones de ciudadanos.
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