Es asumido que, tras haber transcurrido un tiempo prudencial que dé tiempo a morirse a los responsables directos, los pueblos llegan a un acuerdo que se denomina “reconciliación nacional” para dejar atrás las rencillas y abusos cometidos por fuerzas contendientes en un enfrentamiento fratricida. Se negocia entre unas fuerzas y otras, habitualmente vencedores y vencidos, llegando a una redacción que se suele llamar “leyes de punto final”. Y eso está muy bien para evitar una nueva insurrección fruto de las exigencias de justicia de unos, que los otros considerarán venganza, y que difícilmente permiten resarcir los daños ocasionados durante el enfrentamiento armado.
No
obstante, las leyes de punto final también tienen que tener una vigencia, no
infinita, porque todo pueblo tiene el derecho y la obligación de conocer su
verdadera historia. Hay una sentencia que dice: “Los pueblos que ignoran su
historia están condenados a repetirla”, y es lo que se trata de evitar.
Tenemos
muchos ejemplos recientes. La Alemania nazi se acabó con la destrucción de la
nación y la caída del Tercer Reich bajo el gobierno de Adolf Hitler. En este
caso no se trató de una guerra civil interna pero, pasados los años, la mayoría
de los alemanes renegaron de la simbología y el doctrinario que les llevó a
tanto sufrimiento, a la vez que a la vergüenza internacional ante el que ellos
mismos causaron, por activa o por pasiva, siendo encausados los dirigentes por
tribunales formados por los aliados. Los argentinos dieron un paso más ante los
desastres económicos, militares y morales que tuvieron que soportar durante las
dictaduras militares de los años 70-80 y, tras un tiempo prudencial, renegaron
de las leyes de punto final que permitieron el tránsito hacia la democracia, sentando
en el banquillo y condenando a aquellos jefes de juntas militares que habían
horrorizado al mundo e infringido dolor a sus compatriotas. Todos recordamos a
las férreas madres de la plaza de mayo exigiendo conocer la situación de sus
hijos y esposos desaparecidos, asesinados en los no menos inhumanos vuelos de
la muerte.
Sin
embargo en España la transición política se llevó a cabo bajo el “paraguas” de
la Constitución, redactada por representantes de la derecha y de la izquierda y
acordada mirando al futuro pero con unas leyes de punto final recogidas en su
articulado para el logro de la conciliación. Está muy bien y cumplió su papel
pero han trascurrido ya tantos años de “democracia” como de dictadura, unos
cuarenta para ambas formas de Estado y no estaría mal ser capaces de escribir
nuestra historia con mayúsculas, sin más reproches que los correspondientes a
las actuaciones de un bando o del otro, pero parece que intentar hacerlo es
sinónimo de sectario, que mejor nos olvidemos del pasado y dejemos descansar a los muertos. Pero acaso
no parece lógico, humano, intelectual, ético, apartidista…pretender rescatar a los
enterrados de cualquier manera, en cualquier sitio, dificultando su
identificación, para saber “un poco más” de las actuaciones de todos los que
participaron y las consecuencias que generaron?.
Hay
una situación que se repitió durante y tras la contienda, la venganza de los
que se habían sentido explotados hacia sus jefes y el abuso de caciques hacia
quienes consideraban de su propiedad. Y ello supuso intercambio de propiedades.
A unos se les saqueaba con la excusa de que lo de España es de los españoles y
a los otros con la firmeza de que como habían ganado la guerra les pertenecía
todo. Tras finalizar la contienda, cuánto patrimonio fue embargado y adjudicado
a nuevos amos?. Que la dictadura de Franco fue sanguinaria lo demuestran muchos
hechos, el primero, irrefutable, sin adscripción política a ningún bando,
consiste en que los primeros fusilados, o simplemente asesinados, no fueron los
políticos de izquierdas o comunistas o sindicalistas…fueron sus propios
compañeros, los que dudaron en unirse a la sublevación o anunciaron su
fidelidad a la bandera que habían jurado, entre otros los generales Batet,
Campins, Caridad Pita, Núñez del Parado, Romerales, Salcedo, Escobar…. Cuál es
el problema?, por qué se impide que salga a la luz TODO lo que sucedió, si ya
no viven los actores principales y no se les pueden exigir responsabilidades?.
Veamos
el pedigree de algunos políticos relevantes de nuestros días, ya no en
ideología propia ni en el partido que militan sino en sus antecedentes
familiares. Por ejemplo:
El
último presidente de las Cortes, sr. Posada. Hijo de Jesús Posada Cacho,
falangista, alcalde de Soria y gobernador civil de Soria, Burgos y Valencia en
la época franquista.
Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia reciente y yerno
de Utrera Molina, ministro secretario general del movimiento y ministro de la vivienda en algún gobierno de Franco.
Marta Silva de Lapuerta, primera mujer abogada del Estado y directora
del servicio jurídico del Estado, hija de Federico Silva Muñoz, ministro de
obras públicas de Franco, y como curiosidad, sobrina de Alvaro Lapuerta, extesorero
del PP.
Creo
que no hace falta señalar a muchos más. ¿Quién cree que la jefa de la abogacía
general del Estado, el ministro de justicia, el presidente de las Cortes, que
de niños vivieron y se educaron bajo padres tan imbricados con el régimen de la
dictadura, van a “engrasar” la máquina legislativa de la Memoria Histórica,
para esclarecer para la historia acontecimientos que pudieran “salpicar” el
supuesto buen nombre de sus progenitores?, qué les explicarían a sus esposas,
hijos….sobre las “batallitas” del suegro, o del abuelo, después de décadas de
aplaudir su “heroica” actuación?.
Muchas
veces se dice que la mejora, o la corrección de unos defectos, o la adquisición
de unas habilidades, se conseguirán con el cambio de generación y no nos damos
cuenta de que el relevo generacional no es digital (ceros y unos), es analógico
(continuista), influenciado por lo que se ha “mamado” y oído a una de las partes, con gran capacidad de influencia en las etapas iniciales de la vida, y nos hace poco proclives a desarrollar nuestro sentido crítico y estar dispuestos a
poner en tela de juicio todo lo que se opone a ello, aunque solo sea parcialmente, sobre todo si ha permitido “heredar” una posición relevante
en la vida, con un estatus económico, social, intelectual como corresponde a
los cachorros de la opulencia.
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