lunes, 11 de diciembre de 2017

Memoria Histórica


Es asumido que, tras haber transcurrido un tiempo prudencial que dé tiempo a morirse a los responsables directos, los pueblos llegan a un acuerdo que se denomina “reconciliación nacional” para dejar atrás las rencillas y abusos cometidos por fuerzas contendientes en un enfrentamiento fratricida. Se negocia entre unas fuerzas y otras, habitualmente vencedores y vencidos, llegando a una redacción que se suele llamar “leyes de punto final”. Y eso está muy bien para evitar una nueva insurrección fruto de las exigencias de justicia de unos, que los otros considerarán venganza, y que difícilmente permiten resarcir los daños ocasionados durante el enfrentamiento armado.

No obstante, las leyes de punto final también tienen que tener una vigencia, no infinita, porque todo pueblo tiene el derecho y la obligación de conocer su verdadera historia. Hay una sentencia que dice: “Los pueblos que ignoran su historia están condenados a repetirla”, y es lo que se trata de evitar.

Tenemos muchos ejemplos recientes. La Alemania nazi se acabó con la destrucción de la nación y la caída del Tercer Reich bajo el gobierno de Adolf Hitler. En este caso no se trató de una guerra civil interna pero, pasados los años, la mayoría de los alemanes renegaron de la simbología y el doctrinario que les llevó a tanto sufrimiento, a la vez que a la vergüenza internacional ante el que ellos mismos causaron, por activa o por pasiva, siendo encausados los dirigentes por tribunales formados por los aliados. Los argentinos dieron un paso más ante los desastres económicos, militares y morales que tuvieron que soportar durante las dictaduras militares de los años 70-80 y, tras un tiempo prudencial, renegaron de las leyes de punto final que permitieron el tránsito hacia la democracia, sentando en el banquillo y condenando a aquellos jefes de juntas militares que habían horrorizado al mundo e infringido dolor a sus compatriotas. Todos recordamos a las férreas madres de la plaza de mayo exigiendo conocer la situación de sus hijos y esposos desaparecidos, asesinados en los no menos inhumanos vuelos de la muerte.

Sin embargo en España la transición política se llevó a cabo bajo el “paraguas” de la Constitución, redactada por representantes de la derecha y de la izquierda y acordada mirando al futuro pero con unas leyes de punto final recogidas en su articulado para el logro de la conciliación. Está muy bien y cumplió su papel pero han trascurrido ya tantos años de “democracia” como de dictadura, unos cuarenta para ambas formas de Estado y no estaría mal ser capaces de escribir nuestra historia con mayúsculas, sin más reproches que los correspondientes a las actuaciones de un bando o del otro, pero parece que intentar hacerlo es sinónimo de sectario, que mejor nos olvidemos del pasado y  dejemos descansar a los muertos. Pero acaso no parece lógico, humano, intelectual, ético, apartidista…pretender rescatar a los enterrados de cualquier manera, en cualquier sitio, dificultando su identificación, para saber “un poco más” de las actuaciones de todos los que participaron y las consecuencias que generaron?.

Hay una situación que se repitió durante y tras la contienda, la venganza de los que se habían sentido explotados hacia sus jefes y el abuso de caciques hacia quienes consideraban de su propiedad. Y ello supuso intercambio de propiedades. A unos se les saqueaba con la excusa de que lo de España es de los españoles y a los otros con la firmeza de que como habían ganado la guerra les pertenecía todo. Tras finalizar la contienda, cuánto patrimonio fue embargado y adjudicado a nuevos amos?. Que la dictadura de Franco fue sanguinaria lo demuestran muchos hechos, el primero, irrefutable, sin adscripción política a ningún bando, consiste en que los primeros fusilados, o simplemente asesinados, no fueron los políticos de izquierdas o comunistas o sindicalistas…fueron sus propios compañeros, los que dudaron en unirse a la sublevación o anunciaron su fidelidad a la bandera que habían jurado, entre otros los generales Batet, Campins, Caridad Pita, Núñez del Parado, Romerales, Salcedo, Escobar…. Cuál es el problema?, por qué se impide que salga a la luz TODO lo que sucedió, si ya no viven los actores principales y no se les pueden exigir responsabilidades?.

Veamos el pedigree de algunos políticos relevantes de nuestros días, ya no en ideología propia ni en el partido que militan sino en sus antecedentes familiares. Por ejemplo:

El último presidente de las Cortes, sr. Posada. Hijo de Jesús Posada Cacho, falangista, alcalde de Soria y gobernador civil de Soria, Burgos y Valencia en la época franquista.

Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia reciente y yerno de Utrera Molina, ministro secretario general del movimiento y ministro de la vivienda en algún gobierno de Franco.                                               

Marta Silva de Lapuerta, primera mujer abogada del Estado y directora del servicio jurídico del Estado, hija de Federico Silva Muñoz, ministro de obras públicas de Franco, y como curiosidad, sobrina de Alvaro Lapuerta, extesorero del PP.

Creo que no hace falta señalar a muchos más. ¿Quién cree que la jefa de la abogacía general del Estado, el ministro de justicia, el presidente de las Cortes, que de niños vivieron y se educaron bajo padres tan imbricados con el régimen de la dictadura, van a “engrasar” la máquina legislativa de la Memoria Histórica, para esclarecer para la historia acontecimientos que pudieran “salpicar” el supuesto buen nombre de sus progenitores?, qué les explicarían a sus esposas, hijos….sobre las “batallitas” del suegro, o del abuelo, después de décadas de aplaudir su “heroica” actuación?.

Muchas veces se dice que la mejora, o la corrección de unos defectos, o la adquisición de unas habilidades, se conseguirán con el cambio de generación y no nos damos cuenta de que el relevo generacional no es digital (ceros y unos), es analógico (continuista), influenciado por lo que se ha “mamado” y oído a una de las partes, con gran capacidad de influencia en las etapas iniciales de la vida, y nos hace poco proclives a desarrollar nuestro sentido crítico y estar dispuestos a poner en tela de juicio todo lo que se opone a ello, aunque solo sea parcialmente, sobre todo si ha permitido “heredar” una posición relevante en la vida, con un estatus económico, social, intelectual como corresponde a los cachorros de la opulencia.           

 


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